JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, S.C.V. Arzobispo Metropolitano de Piura.
Muy queridos hermanos y hermanas en Jesús resucitado, el Señor de
la Vida:
En nombre de los Niños por Nacer, los peruanos más pequeños
e indefensos, quiero darles las gracias por su presencia en
que todos nos hemos unido en esta “IX Marcha por la Vida” para ser
la voz de los que no tienen voz y así gritar a los cuatro vientos:
“Unidos de corazón, porque la Vida es un don”.
Los invito hoy y siempre a mostrar a todos la hermosura de la
Vida desde la concepción hasta su ocaso natural, porque la mejor
manera de defender la vida humana es cuando la damos a conocer en
toda su belleza. La vida es siempre un don precioso, que lo digan si
no las numerosas madres gestantes que esta tarde nos acompañan
con sus hijos en sus vientres. ¡La vida es un misterio bello!
Cada vez que la vida germina, percibimos la potencia de la
acción creadora de Dios que se fía del ser humano y, de este modo, lo
llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza. Desde el
primer instante con la concepción, la vida del ser humano se
caracteriza por ser vida humana, y por este motivo posee una
dignidad propia y el derecho inviolable e inalienable a existir.
Todos, absolutamente todos, estamos llamados a custodiar la
perla preciosa de nuestra vida, pero también la de los demás. Por ello
los convoco para que seamos siempre defensores incansables de la
vida humana, pero especialmente de la vida humana de los Niños por
Nacer que son los más indefensos y vulnerables miembros de nuestra
sociedad. La Iglesia no se cansará de proclamar: La vida humana es
siempre buena noticia y debe vivirse en plenitud, también cuando es
pequeña como un embrión antes de haberse implantado en el seno
materno que lo custodiará y nutrirá durante nueve meses hasta el
momento del nacimiento, o cuando está envuelta en el misterio del
sufrimiento o de la enfermedad, porque “en cualquier fase o
condición de la vida, resplandece en ella un reflejo de la misma
realidad de Dios.”
Queridos hermanos y hermanas: Toda vida humana desde la
concepción hasta su fin natural, es intocable. La vida es un don y un
misterio que nos trasciende y del cual no podemos disponer según
nuestros propios intereses y conveniencias egoístas. Nadie tiene el
derecho de decidir que una vida tiene menos valor que otra. Si se
acepta eso, se abre la puerta a todas las arbitrariedades y atropellos.
El aborto será siempre un crimen, un asesinato, y no hay nada que lo
justifique. El aborto no resuelve nada, al contrario, mata a un niño,
destruye a la mujer, enceguece la conciencia del padre de la criatura
y arruina a la familia.
Aún si llegase a ser legal (Dios y nosotros no
lo permitamos en el Perú) nunca será moral practicarlo. Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del
mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito,
injusto e inmoral.
No hace poco declaraba el Papa Francisco: “El aborto no es un
mal menor, es un delito, un mal absoluto, es echar fuera a uno para
salvar a otro, como hace la mafia”. Cuando una sociedad no
considera al Niño por Nacer como un bien en sí mismo sino como
algo que se puede descartar y matar, esa sociedad abre sus puertas a
la “cultura de la muerte”, condenándose a vivir en la violencia y la
injusticia.
El aborto es la más grande de las injusticias, ya que atenta
contra un Niño débil e indefenso, desamparado hasta el punto de
estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que
constituye la fuerza suplicante de los gemidos y del llanto del recién
nacido. La estrategia abortista siempre nos plantea al principio
aprobar el aborto en algunos casos especiales como el terapéutico, o
por violación o malformación, pero la meta es distinta, es la apertura
a todos los abortos. Por ello no seamos ingenuos, no nos dejemos
llevar ni permitamos que otros se dejen llevar en una falsa dirección.
El Niño por Nacer se halla totalmente confiado a la protección
y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces,
es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e
incluso la procura.
Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene
para la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la
decisión de abortar no se toma por razones puramente egoístas o de
conveniencia sino por otros motivos más delicados. Sin embargo aun
cuando las motivaciones sean graves y dramáticas, jamás pueden
justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente.
Hoy en día hay muchas mujeres-madres que sufren el doloroso
drama de haber abortado. En este Año de la Misericordia urge que
nos hagamos prójimos de aquella que ha vivido el trauma de un
aborto. Es vital “acoger y acompañar con misericordia a aquellas que
han abortado, para sanar sus graves heridas e invitarlas a ser
defensoras de la vida”.
Si alguna madre que me escucha ha pasado
por el drama de abortar, le digo: ¡Ábrete con confianza al
arrepentimiento! Dios que es Padre misericordioso te espera para
ofrecerte su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación.
Ahí confesándote te darás cuenta que nada está perdido y podrás
pedir perdón a tu hijo que ahora vive en el Señor. No nos olvidemos que en este Año de la Misericordia por
generosa decisión del Papa Francisco, cualquier sacerdote tiene la
facultad de perdonar el pecado de aborto. Ahí en la confesión te
espera la misericordia divina para curarte definitivamente de esta
herida y para levantarte para siempre de tu error y de tu caída.
Finalmente me dirijo a ti mujer que estás viviendo una
maternidad inesperada. Te pido que no cedas a la tentación de
abortar. Ello no hará sino abrir una herida dolorosa en tu corazón.
Ten el valor de tener a tu hijo, y busca ayuda y consejo con tus padres,
en tu parroquia, con un sacerdote, o con una religiosa, o con un laico
católico comprometido con su fe y con la Iglesia, que gracias a Dios
los hay en gran número en nuestra Arquidiócesis. Tú tienes todo el
derecho de recibir ayuda no sólo médica y psicológica sino sobre todo
espiritual para que encuentres la paz y la seguridad, tanto tuya como
de tu hijo.
Que María Madre de Misericordia que llevó en su vientre en
circunstancias nada fáciles a su divino Hijo Jesús, desde que fue un
embrión humano hasta que nació en un establo en Belén, y después
lo acompañó al pie de la Cruz y el día de la Resurrección, cuide,
bendiga y proteja a todos los Niños por Nacer junto con sus madres.
Queridos hermanos y hermanas: ¡Viva la Vida! ¡Vivan los Niños
por Nacer! Porque “cada Vida, es un Don”.
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