Huir de la rutina urbana para visitar Puno y
recargarnos en lo anímico y espiritual es lo que nos propone la siguiente
crónica, escrita a pulso, al pie de la plaza, con la cadencia y el fervor que
los danzantes imponen durante la festividad de la Virgen de la Candelaria.
ROLLY
VALDIVIA.
No hay fútbol en el estadio. No hay atacantes ni
defensores en la cancha y en las tribunas nadie grita ‘uffff’ ante un remate
fallido. Tampoco hay paseantes en las calles tomadas. No hay tráfico en las
vías urbanas salpicadas de color y, en las veredas, algunos hacen su agosto
alquilando butacas, sillas, bancas y banquitos. Hoy no hay jugadores ni equipos
rivales. Hoy no hay autos ni triciclos convertidos en taxis. Hoy, la ciudad se
ha exorcizado de sus andanzas cotidianas.
“LA CIUDAD
SE ENTREGA A SU FE CON SOL Y CON LUNA, TAMBIÉN EN LA LLUVIA. EL CIELO ES TRUENO
Y ES RELÁMPAGO”.
Estas son las fechas claves
Viernes 1 de
febrero: Quema de castillos y fogata en el atrio de la iglesia de San Juan
Bautista.
Sábado 2: Procesión
multitudinaria de la Virgen de la Candelaria.
Domingo 3: Concurso
regional de Danzas con Trajes Típicos y Nativos en el estadio Torres Belón.
Participan delegaciones de las provincias y comunidades de Puno.
Domingo 10: Concurso
de trajes de luces en el estadio Torres Belón, participan grupos urbanos.
Resaltan las Diabladas, Reyes Morenos, Reyes Caporales, Morenadas, entre otras
danzas.
Lunes 11: Gran
Parada de Veneración a la Mamita, en la que los conjuntos salen a la calle para
mostrar su arte.
Y en ese estadio sin faltas arteras ni posiciones adelantadas, un joven habla por teléfono. Agitado y sudoroso, en una de sus manos lleva una máscara de ojos saltones y cachos serpenteantes. ‘No te imaginas lo que estoy viviendo. Esto lo es todo’, grita, se emociona mientras otros que visten como él se acercan para felicitarlo, invitarle un trago. ¡Salud!... ¿aló?, ¿me escuchas?... es difícil comunicarse, entenderse. Hay mucho ruido, demasiadas notas y estridencias.
Y en esas calles desprendidas de la rutina y
liberadas de la dictadura de los motores y las ruedas, las horas no pasan
volando, se van rezando y bailando, gozando y aplaudiendo, agradeciendo los
milagros de la Mamita –tan linda, tan piadosa, tan chaposa ella– o dejándose llevar
por el rítmico palpitar de las orquestas y los vientos de las zampoñas. La
ciudad se entrega a su fe con sol y con luna, también en la lluvia. Se abren
los paraguas, se despliegan los plásticos. El cielo es trueno y relámpago.
Ni en el estadio ni en las calles, más bien en una
iglesia que no es la Catedral, pero que está muy cerca, a solo unas cuantas cuadritas,
se oficia una misa. No es cualquier ceremonia, es especial, es en honor de la
querida patrona, entonces, el padrecito –que es un poquito renegón– arremete
contra los devotos demasiado festivos. Eso no le gusta a la Mamita, predica.
Sus palabras sacuden la conciencia de varios fieles trasnochados.
Arrepentimiento pasajero. Ellos lo olvidarán todo al salir del templo.
Ni en las calles ni en el estadio, más bien en los
márgenes de una modesta cancha de fulbito que está muy lejos de esa ciudad que
la primera quincena de febrero exorciza a la rutina, Manuel –docente, caminante
y goleador ocasional– cuenta que este año viajará para bailar. Será su segunda
vez. Le falta una para cumplir con la Virgen y el compromiso autoimpuesto. Ya
tiene su traje. Le costó menos que el año pasado. Ese sí que le salió caro, mil
soles tuvo que pagar, pero no duda que es buena inversión.
Y Manuel, que no nació en Puno, que no era
devoto de la Candelaria, que jamás había estado en el estadio Torres Belón ni
había recorrido saltando-girando-quebrando el jirón Lima, donde está la iglesia
de San Juan Bautista –el hogar de la Virgen-, bailará en la cancha, en el
asfalto, bailará horas a 3,827 m.s.n.m. ¿Por qué lo hará?, ¿por qué lo hacen
todos? Será acaso para vivir esa sensación inimaginable de la que habló el
joven de la máscara.
Y así, hilvanando recuerdos se recomponen imágenes,
resurgen sentires que parecen perdidos en la memoria: los diablos y chinas
diablas que se postran frente a la imagen de la Candelaria, los reyes morenos
que hacen tronar sus matracas, los sikuris que imponen sus sones de viento y
percusión, la ‘tormenta’ de pétalos que se desata al paso procesional, la
energía, el arte, la pasión que se desborda en los concursos y en las paradas
de veneración.
DANZAS DE
INTEGRACIÓN.
Danzas autóctonas, danzas con trajes de luces. Lo
rural y lo urbano. Lo aimara, lo quechua y lo mestizo. La Mamita integra, une,
convoca. De todo el Perú llegan a bailar. Lo sabe Manuel que se entrena en un
colegio limeño. Tiene que estar a la altura, lucirse en Puno, la ‘Capital del
Folclor Peruano’, donde lo acompañarán cientos de creyentes, miles de devotos
que encarpetan sus labores cotidianas para mantener una festividad declarada
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
¿QUÉ VISITAR?
Aproveche los días sin danzas para visitar los
principales atractivos turísticos de Puno. Salvo los días de concurso y
veneración, tiene tiempo para conocer el
Titicaca y otros lugares.
En las calles se arman tribunas y se acondicionan
asientos. Hay que separarlos con tiempo, especialmente los del centro de la
ciudad. El ingreso al estadio tiene un costo.
La
Federación Regional de Folklore y Cultura de Puno es la que mantiene viva esta
tradición.
Ellos transforman Puno, la urbe sembrada en las
orillas del Titicaca, un lago mítico, deslumbrante... enfermo de contaminación.
Aguas servidas que deben recuperarse. Esa es una gracia que la virgencita aún
no concede. ¿Será que es más difícil que la hazaña de salvar a la ciudad del
ataque de un grupo de rebeldes? Ella lo hizo a finales del siglo XVIII, cuando
el poder español empezaba a ser socavado por los ideales libertarios.
Fiesta de exportación en un destino que es travesía
lacustre hacia las islas de Los Uros, Taquile y Amantaní, que es pasado
prehispánico en las chullpas de Sillustani y Cutimbo, que es devoción en las
iglesias de Juli, que es nevado en la cordillera de Carabaya, que es ‘torito’
artesanal en Pucará, que es bosque en Sandia y playita de arena blanca en
Capachica y Llachón. Tantos lugares como milagros concedidos por la Candelaria,
la patrona de Puno.
Ella es tan bondadosa que hasta los diablos la
adoran. Eso lo saben en el estadio, en las calles y en la modesta iglesia de
San Juan Bautista. También en las afueras de una cancha de fulbito de la lejana
Lima.
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